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lunes, 5 de marzo de 2012

A la conquista de la incertidumbre...



           Lunes de nuevo. Estoy frente a una piscina colmada de flores que el viento le ha robado a los almendros. Es el tercer café del día y cuando levanto la mirada dos gatitos (bastante asalvajados por cierto) me miran desde la ventana. Hay una calma absoluta. Hay lo que se podría llamar un silencio...bueno, lo admito, de segunda. 

         Y bueno sí, nada poético.

          Creo que es la nevera que rumia de cuando en cuando en busca de un poco de atención (tanto frío le ha hecho soñar con un poco de calor al rico coqueteo de la clavija con repareitorman), luego está el reloj de pared soplándote en la nuca cada segundo que pasa, y por último el whatssap, que de tanto en tanto se pitorrea de la tranquilidad de la tarde, pero podría ser peor, a fin de cuentas son sonidos tan monótonos que sin embargo, podría abstraerlos, hasta convertir la situación en un silencio casi de primera (yo quisiera el tercer silencio del Kvothe, pero esto no es la posada Roca de Guía, ni la que escribe es el autor del Nombre del Viento). Normalmente, el ruido ambiental por lo general, es capaz de atraer silencio a mi cabeza. Sin embargo, mi meloncete anda funcionando, paralelo a su quehacer matutino, en un no se qué que se viene fraguando a lo largo del día y que ha acabado en convertirse en un pensamiento vago, porque ante el desuso, en algunos aspectos el cerebro se me vuelve perezoso. Y bueno, para ser más exactos se trata más bien de un recuerdo. Una sensación. Familiar por cierto. Un tanto lejana, sí, pero vamos, al acecho. Tras dos conversaciones telefónicas con dos seres a lo que adoro mucho, se torna nítida: es la afamada inquietud de la incertidumbre amorosa. Soterrada en el corazón de las personas (sí, así de trágico), necesaria para darle emoción y vidilla al asunto este que es "el existir" (voz de barítono). Ese temor invisible que crece hasta atenazar la acción o por el contrario, te obliga a sobreactuar, lo que a la larga, se convierte en un continuo devenir de errores, a la carrera de una serie de fatídicas desdichas hacia tu conciencia y sobre todo...tu amor propio. Lo que provoca a menudo un contrasentido y ya no eres uno, sino dos, ese que sueles ser ante las comodidades de la vida cotidiana y conocida, y ese otro, tu amigo, el que va con pies de plomo, apalancado tras una coraza de titanio de 30 cm, como si el horizonte más cercano fuera un campo de minas o puede que seas el otro, sí, ese que va a cuerpo descubierto correteando alegremente ante una inminente caida de meteoritos (me he acordado de Carmen Electra en Scary Movie, horror de símil, lo sé). O esa mezcla de los dos, incluso la suma, lo que te convierte en tres, superman, una tortuga y ese que se mira al espejo, con un claro problema de tripersonalidad. 

            Todo, por adelantar acontecimientos. Por la necesidad creada de posesión. Por ser un Marty McFly.

            Pese a que hay una serie de reglas clásicas que toooodos conocemos sobre como actuar en estos casos, que es algo así como el uso de la costumbre internacional, o la lex mercatoria, somos expertos en tropezar como si nos viniera sieeeeempre de nuevas, con lo claro que nos resulta cuando estamos ajenos a ella:

- Pero si es de cajón, alma de cántaro. Está por ti, ¡es evidente!! ¡lánzate!!
- Sí, ya, claro... - escondido en un albornoz hasta las orejas- yo no lo veo tan evidente. Ahora, que te pase a ti, y te aplicas el cuento. Que te voy a decir yo lo fácil que es actuar en estos casos... 

           Una y otra vez. Y es que queremos saber, así tapándonos los ojos con la mano pero con los dedos entreabiertos. Por si lo que se avecina no es bueno. Y a menudo actuamos a lo loco. Y es que el equilibrio se cotiza tanto porque no se encuentra. O incluso si lo hemos encontrado yo creo que no nos damos cuenta. De momento, o no llegamos o nos pasamos. Es algo así como una antiley universal, pura antimetafísica.  Porque aquí de lo que se trata es que ante la DUDA, el tema no es que la naturaleza fluya, sino que se trata más bien de que o la ansiedad te consuma y acabes con las reservas de dormidina de las famarcias y acciones una y otra vez el pulsador (hasta romperlo) o de pecar de demasiado prudente, y meterte en el caparazón hasta nuevo aviso (más o menos, tras la siguiente glaciación). Claro, los mensajes que mandamos, también son equívocos...porque ante todo, somos personas normales, sin accesos obsesivos ni autismos autoinducidos, así que... ¿Cómo actuar correctamente?, ¿dónde está el manual de instrucciones para conseguir la reacción esperada?, ¿y el protocolo de urgencia?? ¿dónde está la tecla para deshacer lo que ya se ha hecho? Bendito Word, ¿dónde estás cuando más te necesito? Estaría bien admitir que somos los más cercano a un experimento de ensayo-error...ese es el primer paso. El segundo, no atender a opiniones ajenas. No porque sea lo mejor, sino porque está bien admitir también que un consejo en estos casos, vale menos que un peso en Argentina. 

            Y es que lo más cercano a un manual, que son los consejos del que se libra, no valen, porque desde que aparece, es ella, Incertidumbre, tu nueva mejor amiga, la que te acompaña de día como Pepito Grillo, a la vuelta de la esquina, mientras te cepillas los dientes, tras la cartelera de cine, la que te susurra ideas y luego te las quita, la que se hace más patente por las noches, la que te mantiene despierto, la que te hace coger tres mil doscientas cuarenta y dos coma siete veces el móvil en dos horas, la que que te obliga a buscar explicaciones cada vez más inverosímiles a cada comportamiento, la que te provoca contra tus propios sentimientos, y te hace pasar de la tristeza al enfado y del enfado al salto olímpico, fruto de la euforia cuando el bip bip del teléfono te da una señal de que vas por el buen camino, para acto seguido atolondrarte en tu yo más íntimo porque ya no hay más bip bip. Y es que el esperar es a menudo pura incertidumbre y cuando la resolución del acertijo depende de otro...que complicado se vuelve todo. Porque el otro es como un alien. De repente se convierte en un desconocido al que no sabes tratar, pero al que quieres simpatizar a toda costa. Hola, ¿conoces mi idioma?, ¿te molesta si te digo hola? me llamo X y en fin...quisiera interactuar contigo. Muchas veces.

            Y eso, quien se atreva.

            Quizá la naturalidad sea la clave de todo, y más aún en la relaciones alien-humanas, ser tal cual, y que venga lo que tenga que venir. ¿Será la naturalidad, clave del equilibrio?, ¿o hay que medir cada gesto? ser ameba o hacerse estandarte del que no arriesga no gana, ¿es esa la cuestión? No creo que haya reglas matemáticas, pero sin embargo intentamos en estos casos calcular demasiado. Y quizá no sea tan difícil, quizá todo se trate de ser conscientes de que tenemos más neuronas de lo que pensamos, y que la mayoría de las veces, sabemos en realidad que es lo que ocurre... o se avecina, porque todos sabemos leer entre líneas y que en fin, si no lo sabemos, da igual, porque pasará lo que tenga que pasar. Ahora toca lidiar con uno mísmo, que quizá eso sí que es difícil. Aprender a aceptar (en el sentido más íntegro de la palabra) que los acontecimiento está bien desearlos, pero no adelantarlos. Y que la vida te da sorpresas, a veces buenas y otras no tanto, pero son sorpresas y que de esa substancia parecida a la sal también está hecho el mundo. Pero que mientras tanto, hay un presente, este que aquí y ahora, mientras llega lo demás, está bien disfrutar. 

            Y como el principio prometía poético, pero claro, en ningún caso lo era... termino con un verso de Antonio Machado, que este sí que era un poeta, y además bien listo: Caminante no hay camino, se hace camino al andar.



Así que a disfrutar (aunque no sea fácil), ya sabéis, os llevo siempre conmigo :)



2 comentarios:

meryadt dijo...

corrovoyytedigoquetequiero.ale!

Fabienne dijo...

Es genial, pues sale de dentro. Me encantan tus reflexiones, Leti.
Te recomiendo un libro "La tregua", de Mario Benedetti. Estoy segura de que te encantará. Besos desde Madrid, Bibi